En el capítulo 36 de la columna de Marcelo di Marco, el maestro recupera una enseñanza de Edward de Bono para poner en práctica a la hora de escribir: "Dejar de optar siempre desde un pensamiento rígido, para poder ver las cosas más allá del esquema blanco-negro".
Por Marcelo di Marco
En la soledad del cuarto, sentado en la cama y frente a la pantalla de la notebook, que descansaba en su falda, Pukkas se daba golpecitos en la sien con la goma de borrar del lápiz, sin poder encontrarle la vuelta al cuento que tenía entre manos. Se dispuso a repasarlo leyéndolo en voz alta, siguiendo así uno de los principales tips de escritura que el máster había revelado hacía mil años, a pedido del autor de un reportaje para la revista ‘Axxón’: “Lean siempre en voz alta sus textos, como si estuvieran ante un público. Cada vez que hagan una modificación, relean todo lo hecho, siempre en voz alta y desde el párrafo previo”. Pukkas se había acostumbrado a esta manera de revisar lo escrito: siempre aparecían cosas que era conveniente modificar, agregar, o directamente eliminar, para bien del texto. De modo que se aclaró la garganta, tomó aire y leyó el primer párrafo:
Ni idea tenía de la hora cuando salí del dormitorio a la penumbra del living de la cabaña, de cara al mar. Más allá del deck y de la pileta enclavada entre las dunas, la lejana claridad de la espuma de las olas se distinguía mejor que anoche.
Se dijo que estaba bastante bien, realmente, si por “bien” se entendía que la descripción que iba creando evocaba con bastante precisión los primeros elementos de la escenografía. Esos mismos elementos que el lector recrearía en su cabeza, de llegar…
—… de llegar a publicarse esto alguna vez ?—dijo, y entonces oyó la voz de su novia, que andaba trajinando en la cocina:
—Si con ese tonito de desalentado te referís a tu nuevo cuento, antes que nada me parece muy conveniente que primero lo termines, ¿no? —Hablaba Anna Leah en medio del ruido de platos que estaba lavando, que hoy le tocaba a ella—. Me hacés acordar de ese compositor que le preguntó al I Ching si algún día estrenaría una ópera suya en el Colón. Aludía al Teatro Colón de Buenos Aires, te aclaro.
—¿Y qué le contestó el oráculo? —preguntó Fran levantando la voz desde la cama.
—Que primero tenía que componerla.
—Respuesta bastante sensata, Anita. Estoy de acuerdo con los chinos esos.
—Entonces ponete de una vez con la compu, a ver si tenés algo para mostrarme no bien termine con los platos.
Pukkas no le respondió. Dudaba de poder leerle siquiera un párrafo nuevo. Notaba, sí, que estaba cumpliendo en cierta medida con aquello de estimular los sentidos del lector: ese primer párrafo y los siguientes tenían mucho que ver con el sentido de la vista. Y lo mejor de todo es que ni siquiera se lo había propuesto, porque no era cuestión de “cumplir”: las cosas le salían con mayor naturalidad, acaso debido a su “devenir persona” como gustaba de llamar Tío Marce a su feliz conversión de entelequia a ser humano de carne y hueso. Pero sí, debía reconocer que el clima misterioso que él le estaba imprimiendo al relato se aproximaba a sus búsquedas. Además, intuía que el flujo narrativo correría mejor si trabajaba con una tercera persona. Y todavía no tenía muy claro qué función cumplía el agregado de aquella pileta enclavada entre las dunas. Algo andaría encerrado ahí, sumergido bajo el agua, porque no podía sacarse la idea de la cabeza. De qué se trataba, no lo sabía.
Pero ya me voy a enterar, pensó, recordando lo que días atrás le había explicado Tío Marce cuando hablaban de la conveniencia o no de trabajar con un esquema previo:
—Como te digo, Pukkas, hay asadores que no optan por obtener las brasas sólo del carbón o sólo de la leña, sino que combinan carbón y leña. ¿Comprendés la metáfora?
—Más o menos, máster.
—En estos días propuse una encuesta entre los más de doscientos escritores que entrenan en los distintos grupos de nuestra escudería del Taller de Corte y Corrección. La organicé sobre la base de estas tres opciones:
1. Hago un listado de todo lo que sucederá de principio a fin.
2. Me dejo llevar por lo que voy inventando.
3. Un poco de cada uno de los dos métodos.
—¿Y cuál de las tres opciones ganó?
—No se trata de ganar, Pukkitas. Ya que contamos con más de dos centenares de miembros de nuestra comunidad, escritores provenientes de unos diez países de habla hispana y encuadrados en diferentes niveles de calidad literaria, éditos o no, y además escribiendo en distintos géneros, me pareció que sus respuestas serían muy representativas y reveladoras acerca de qué metodología es la más usual entre la gente que escribe. Cuantos más contestaban, más ganamos todos.
—¿Y entonces?
—En tus términos, fue entonces que “ganó” la tercera posición. Ni el “bobo” que fue descalificado injustamente por Stephen King, si recordás lo que cité hace un rato de ‘Mientras escribo’, ni el “desorganizado” que, aunque parta de una idea mínima, no sabe muy bien a dónde irá a parar su argumento. La primera posibilidad fue votada por únicamente tres escritores. La segunda, por once. La tercera, por veintinueve.
—Es decir que la gran mayoría de los escritores, si proyectamos como válida la muestra que usted obtuvo en su ‘dojo’, preparan listas pero además se dejan llevar por los mismos hechos que van inventando.
—Tal cual, Pukkas. Como muy bien dice Nomi en palabras que me encanta citar: “Ni tan calvo ni con dos pelucas”. Y eso no tiene que ver en absoluto con una actitud relativista, sino que echa raíces en la más desnuda realidad. Trascendiendo el ámbito de la escritura, los fenómenos del mundo no suelen definirse según el binarismo que plantea King. ¿Recordás lo que hablamos en la columna 13 acerca del pensamiento lateral? ¿Te estás entrenando en ver las cosas desde una óptica alternativa a esa que nos induce a pensar en términos de A o de Z? Es esencial para desbloquear las capacidades creativas de un escritor, y las de cualquiera que no quiera someterse a la tiranía de pensar exclusivamente en extremos de bueno o malo, o frío o caliente.
—Lo intento, maestro. Créame.
—Me parece fantástico, porque cada vez estarás más cerca de la realidad y podrás entender mejor sus aristas y sus sutilezas. Bajo la luz del pensamiento lateral, podrás descubrir en tus escritos los pliegues enriquecedores que se les escapan a aquellos que escriben bajo el dictado de las historias del garfio. ¿Te acordás de lo que me explicaste recién? Hablo del esquema monstruo-feo-y-malo-mata-a-chica-buena-y-bonita. Entre otras cosas, pensar distinto hará que te olvides de endiosar a tus dirigentes o de buscar enemigos políticos donde no los hay. No necesariamente quienes no piensan como uno son malos o imbéciles, tal cual nos dicta la ‘forma mentis’ de hoy, fundamentada en un pensamiento totalitario enceguecedor y asfixiante. Es notable, pero la gente que más se autoproclama tolerante, democrática y antifundamentalista es la que más descalifica y cancela a aquellos que tienen un pensamiento diferente al suyo.
—¿Así que uno puede zafar de semejante comportamiento tiránico, si considera las cosas desde lo que usted llama pensamiento lateral?
—Tal cual. Pero no es un invento mío. Fue descubierto por el investigador Edward de Bono, quien le enseñó a la gente a dejar de optar siempre desde un pensamiento rígido, para poder ver las cosas más allá del esquema blanco-negro. Bien sabés que hay meses que tienen treinta y un días, y otros solamente treinta, ¿no?
—¿Y eso a qué viene, máster?
—A que me gustaría preguntarte cuántos meses tienen veintiocho días.
—Refácil, mire la pavada que me pregunta. Uno solo. Salvo en los años bisiestos, el único mes que tiene veintiocho días es febrero.
—Error, Pukkitas. La respuesta correcta es que todos los meses tienen veintiocho días.
—Epa.
—¿Ves? Tus historias pueden presentar posibilidades infinitas si salís del cliché del asesino del garfio, por poner uno, o si empezás a trabajar sin apegarte a determinado método. Incluso las cosas más simples y cotidianas pueden resolverse desde el pensamiento lateral, si te arriesgás a salirte del corsé. Una vez me contaron una anécdota, atribuyéndosela a De Bono. Fijate cómo se le prendió la lamparita. Solo en su casa, con su hijito que apenas gateaba, quería armar el árbol de Navidad. Pero el chico, que estaba suelto, se le abalanzaba y le rompía los adornos del árbol. La solución binaria hubiera sido meter al hijo adentro del corralito, y listo el pollo. Pero Edward de Bono no quería encerrarlo, con lo cual se exponía a que el chiquito le siguiera rompiendo l…
—… las bolas. Las bolas de cristal, digo.
—Muy gracioso, Pukkas. Pero ahí fue que se iluminó De Bono.
—¿Y qué hizo?
—Decidió encerrarse él en el corralito, con el árbol. El pibe seguía libre por toda la casa, y el corralito protegió el armado del árbol. ¿Qué me contás?
Ahora, después de reconsiderar todos esos asuntos, frente a la notebook y decidido a seguir adelante con la historia, Pukkas se topaba con un problema que ya no era un problema. Y se dio a escribir un nuevo párrafo, como quien se dispone, ante la blanca pantalla del cine, a ver de qué la va una película de cuyo argumento apenas tiene una levísima idea.
Los capítulos anteriores de ‘Con tener talento no te alcanza’ pueden leerse haciendo clic acá.